Las noches de calor
siempre fueron suicidas.
cualquier día sin nombre
merodeando
avenidas febriles
por las que se ajetrean
estridentes sirenas
de ambulancias.
Los hipocampos
revoloteaban mi sueño,
como insectos,
en el mar del vacío.
Y he despertado para buscar
mis catedrales
en el tobogán
de sus cuerpos de raso.
de sus cuerpos de raso.
Me levanto del lecho
donde el sueño desnudo,
donde el sueño desnudo,
en el que no me gusta mirarme.
Ahora –en la calle-
pare el olvido
marchitas flores
como en un océano
inmediato.
Una boca tibia
muerde mi cuello
en la terraza.
Me susurra al oído
el salto del ángel, mas...
esto no es Cancún
y el vuelo, exuberante,
no acabaría nunca
en un aplauso.
9 de febrero 2011
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