El miedo trepa a la azotea,
se instala y aterriza,
te arrastra con sus alas
a un viaje de servil conformismo
que prostituye.
Después te encierra en la prisión
de la que nadie puede rescatarte y,
a oscuras, buscas claves extrañas,
en el códice de tu nombre
y sólo encuentras, también allí,
el fuego que consume la carne.
Un daño lacerante en la garganta
se queja en la ventana abierta
mientras un revuelo de pájaros
transciende el grito del tomillo.
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