Atravieso el desierto
hasta el otro lado de la forma
y esparzo en su arena
pretéritas miradas que forjaron
encrucijadas de futuro.
Olvido los legados.
Una marea de luz
ilumina el momento.
Soy una ola
sin conciencia de océano,
una hoja de árbol
que desconoce el bosque.
Ahondar en la polaridad del perdón;
libertad que trae y roba todo.
La causa extinta
de lo que ya no sucedió:
flores muertas, entretejidas,
en el diseño del destino.
2 comentarios:
Qué bueno el final de este poema, Anaís. Besos.
Gracia, Marcos. Un placer verte por el laberinto. Besos
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